El sector de los biocombustibles está en expansión a nivel mundial, impulsado por la necesidad de encontrar alternativas al petróleo en el marco de la transición energética.
Esto representa una oportunidad importante para las cadenas de valor relacionadas con la producción de aceites vegetales, especialmente soja y palma.
Sin embargo, el caso de Argentina destaca por su pérdida de competitividad global, a pesar de contar con el polo de procesamiento de soja más grande del mundo. A diferencia de otros países, como Brasil e Indonesia, que han aumentado su producción de biodiésel a partir de políticas de incentivos y mayores cortes de biodiésel en el gasoil, la producción argentina ha disminuido drásticamente desde 2012.
Indonesia ha incrementado su producción de biodiésel a partir del aceite de palma y concentra el 25% del crecimiento mundial entre 2020 y 2024. En América, Estados Unidos y Brasil juntos representaron el 56% del incremento en ese mismo período. Estados Unidos, además, ha impulsado la producción de Aceite Vegetal Hidrotratado (HVO), un diésel renovable que ya supera en volumen al biodiésel tradicional.
Brasil, por su parte, ha duplicado su producción en los últimos años gracias a un aumento en el uso de soja para biodiésel. Argentina, en contraste, ha visto una caída del 59% en su producción entre 2012 y 2024, destinando solo el 17% de su aceite de soja a biodiésel, mientras que Brasil utiliza la mitad de su producción para este fin.
Este contraste refleja una mayor integración de las cadenas productivas en Brasil, agregando más valor local, mientras que Argentina exporta una gran parte de su producción en bruto.